Por Erika García Cárcamo
En las maquilas de Honduras los días se caracterizan por la incertidumbre, la falta de protección legal, la explotación laboral, el acoso sexual y el riesgo de enfermedades profesionales. A pesar de esto muchas son las mujeres trabajadoras de la maquila que luchan por su derecho a un trabajo digno y una vida feliz.
Las fábricas textiles – maquilas – en América Central, se enriquecen con la mano de obra barata. Las mujeres jóvenes constituyen la gran mayoría de las trabajadoras y trabajadores de la industria, contribuyendo así a un mayor empleo de las mujeres. Sin embargo, el salario no es digno y las condiciones de trabajo son precarias. Esto significa que hay una falta de un verdadero e integral acceso a servicios de bienestar social, existen graves riesgos a la salud de las trabajadoras por las largas jornadas de trabajo realizando actividades repetitivas, por un pago que no alcanza para sobrevivir.
Honduras es uno de los países más pobres de América Latina. Mas de dos tercios de la población viven en la pobreza y el número va en aumento[1]. Entre las mujeres, la tasa de participación económica corresponde a un puntaje de 40.6, frente a una tasa de participación económica de 73.6 en los hombres.[2]
Más puestos de trabajo (un trabajo más precario) a menudo se presenta como la solución a la pobreza.
Para la mayoría de las trabajadoras de la maquila, su salario constituye el único ingreso del hogar. No es sencillo vivir con 272 dolares por mes en un país donde el requisito mínimo para una familia de cinco se estima en más de345 dolares. Además de esto, existe siempre la amenaza de despidos y cierre de fábricas. Y es que por las condiciones de pobrezala mayoría de las trabajadoras aprietan los dientes y soportan ese trabajo a pesar de todo, pues es comun escuchar que «es mejor un mal trabajo que no tener trabajo».
Las mujeres se organizan
Son muchas las mujeres que luchan y se organizan en los sindicatos de trabajadores y trabajadoras de la maquila.Desde el Centro de Derechos de Mujeres, se ha tenido la oportunidad de conocer de cerca a muchas de estas mujeres, sus subjetividades, sus luchas, sus ganas de ejercer su derecho a la felicidad, y no solo para ellas, sino también para sus compañeras, sus hijas, sus hijos, sus familias, sus comunidades.
A través de la organización, estas mujeres con hambre de justicia social, han decidido emprender un arduo camino de protesta pacífica, de denuncia, de formación constante; son más de 500 mujeres a lo largo de los años que se han convertido en Promotoras Legales en Derechos Humanos Laborales y Género en el Centro de Derechos de Mujeres. Compañeras de lucha que sin importar su grado académico, ahora ejercen cargos de dirección en sus sindicatos de trabajadoras/es, que desafían el sistema, que se han empoderado y empoderan a sus demás compañeras, que conocen sus derechos como personas y los procedimientos legales para exigir un trabajo digno para todas sus compañeras y compañeros, pero no solo un trabajo digno, sino también una vida digna y libre de violencias.
La violencia en el lugar de trabajo – la violencia en la sociedad
Las altas tasas de desempleo y constantes ataques contra los derechos de los trabajadores y trabajadoras van de la mano con la corrupción generalizada, el desmantelamiento de los servicios públicos como la sanidad y la educación, el cierre y manipulación de los espacios de participación ciudadana y, cada vez más, la criminalización y judicialización de la protesta social y del derecho a defender derechos, entre otras tantas violencias que se gestan desde la misma institucionalidad del Estado. Esto, además de la marginación y el estado de violencia económica traen consigo una creciente depresión colectiva, generando más delincuencia, asesinatos y desapariciones, migración económica y desplazamientos forzados, más pobreza y por ende mayor explotación laboral y sobre todo, mucha desigualdad y exclusión social.
Para las mujereshondureñas suena utópico el hecho de tener una vida digna y libre de violencias, cuando esta utopía se contrasta con la realidad de un promedio de 27 mujeres asesinadas cada mes, como ocurrió en los primeros diez meses del año pasado[3]; cuando el índice de impunidad para todos los femicidios es de 94%[4]; cuando es el único país latinoamericano en el que se ha prohibido el acceso a la Pastilla Anticonceptiva de emergencia[5]; cuando las denuncias por violencia intrafamiliar representan el 18% de las denuncias ingresadas a nivel nacional y las denuncias por violación sexual el 7%[6] (y conscientes de que la mayoría de estas mujeres no interponen denuncia); cuando la legislación penal prohíbe interrumpir un embarazo por cualquiera que sea la circunstancia, aunque eso signifique la propia muerte de la mujer; cuando las condiciones laborales en las maquilas son tan precarias que ni siquiera se cuenta con seguridad social eficaz o responsabilidad patronal luego de enfermar por realizar actividades repetitivas con altas metas de producción, todo a cambio de un pago menor a 10 dólares al día por hacer 672 camisetas (al día), que en el mercado, una sola de ellas, tiene un precio de 25 dólares[7]; cuando a las mujeres se les hostiga sexualmente y se les obliga a realizarse pruebas de embarazo antes de ser contratadas en una empresa.
La luz de la esperanza
Las mujeres organizadas en sindicatos de trabajadores de la maquila, constituyen una luz de esperanza ante tan sombrío panorama. Ellas reconocen su condición de obreras, pero también su condición de mujeres, por lo que están conscientes de que por sus cuerpos cruza una doble o triple opresión: la de clase, la de género y muchas veces también la de raza.
El arduo trabajo ha dado algunos resultados. En el analisis de 16 años de acompañamiento legal desde el CDM,se ha visto que en los ultimos años hay un menor número de despidos en caso de enfermedad y de embarazo. Las fábricas no se cierran con la misma rapidez que antes, por lo que las condiciones de trabajo y la vida laboral son (un poco) más estable. No se puede dejar de reconocer que el trabajo continuo a través de los sindicatos contribuyó y sigue contribuyendo lento pero seguro a un mayor reconocimiento de sus derechos laborales.
Muchas de las mujeres trabajadoras de la maquila que se han formado, son conscientes de que lo personal también es político, y han compartido sus procesos personales de superación de cuadros de la violencia doméstica, de amor romántico, de crianza desigual de sus hijos e hijas y de muchas otras prácticas patriarcales.
Es por las acciones, luchas y reivindicaciones de mujeres como estas que vale la pena recordar las palabras de Eduardo Galeano (…)
[1]Según cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el índice de pobreza en Honduras alcanzan un 74.3%
[2] Datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística de Honduras
[3]Observatorio de los derechos Humanos de Mujeres de Centro de Derechos de Mujeres CDM
[4] Acceso a la Justicia en casos de muertes violentas y femicidios – Centro de Derechos de Mujeres CDM
[5]Honduras y los mecanismos internacionales de observancia de los Derechos Humanos – Centro de Derechos de Mujeres, CDM,en articulación con el Foro de Mujeres por la Vida, el Centro de Estudios de la Mujer CEMH, Asociadas por lo Justo JASS, la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos de Honduras y el colectivo CLADEM-H. Pag. 14
[6] Boletín estadístico 2015, Centro Electrónico de Documentación e Información Judicial (CEDIJ)
[7] Testimonio de una trabajadora de maquila de la zona norte del país.